La leyenda de Lucía Fernández y la estatua del Ángel Caído del Parque del Retiro
La historia de la estatua del Ángel Caído del Retiro
Corría el año 1956, yo tenía nueve años y cada tarde iba con mis hermanos al Parque del Retiro de Madrid para disfrutar de paseos y juegos infantiles. Fue allí donde conocí a Andrés, guarda del parque, quien desde su anodina vida, vivió una de las historias más increíbles que haya escuchado. Esta historia que cuento, la sé de primera mano, así me la contó el mismo Andrés y así la transmito. Porque su historia, con el tiempo, se ha convertido en la leyenda de Lucía Fernández y la estatua del Ángel Caído del Parque del Retiro de Madrid.
La historia de Lucía Fernández del Retiro
Parque del Retiro. 1956
Con su uniforme de pana marrón y su bandolera de cuero con una chapa de metal dorada, que mantenía siempre brillante, vivía feliz como guarda del Retiro. Después de tener en su juventud algunos amores que le dejaron desilusionado con las mujeres, ahora era feliz como guarda, esperando cada día con ilusión el momento en el que, de su pequeño zurrón, sacaba su trozo de queso, que con pan del día y su trago de vino, le suponía el almuerzo diario.
No tenía más preocupación que la de, al caer la tarde, ir despejando el parque de visitantes. En especial, las remolonas parejas de enamorados que no encontraban el momento de abandonar su refugio de amor, para después de quedar vacío de visitantes, cerrar las grandes puertas del parque.
Desde hacía un tiempo, compañeros y visitantes le habían comentado la presencia en el Parque del Retiro de una mujer bellísima. Todos manifestaban su admiración al verla.
Andrés empezó a sentir curiosidad e hizo lo posible por conocer a Lucía Fernández, que es como le dijeron que se llamaba la bella mujer.
Romántico y aficionado a la poesía, empezó a escribir todo lo que sentía con relación a Lucía:
Llegó el momento en que conoció a Lucía y quedó muy impresionado por su belleza. Mujer morena de bonita melena, de cabellos negrísimos, y ojos verdes como esmeraldas.
Recordando sus amores de joven, intentó comparar lo vivido entonces y lo que sentía ahora.
Andrés comprobó que todo lo que le habían contado sobre Lucía no era exageración.
Viendo como paseaba, de manera provocativa, alrededor del quiosco de la música, comprobó cómo los maestros de la banda, al mirarla con admiración, perdieron el compás. Lo que causaba que el director de la misma enfureciera y tuviera altercado con los músicos.
Andrés se dio cuenta, que Lucía estaba cambiando su forma de vivir, ya no era tranquila y sosegada.
Solo con verla, su imaginación se desbordaba y sentía, lo que nunca sintió.
Preocupado por lo que le sucedía, pidió consejo al párroco de San Manuel y San Benito, iglesia situada en la calle Alcalá, frente al Retiro, el cual le aconsejó que no la mirara, pues al no verla, no tendría tentación. Y Andrés le razonó:
Andrés reconoció que al conocer a Lucía, su vida cambió.
La veía caminar por el paseo del estanque y le pareció que la misma estatua de Alfonso XII la seguía con la mirada.
Al llegar por el paseo del estanque, a la altura del paseo de las estatuas (Paseo de Argentina), Andrés ve como Lucía se queda parada ante la más próxima, la del rey Chindasvinto, y esta al momento, se deshace convirtiéndose en polvo.
Andrés se siente identificado, con lo sucedido a la estatua de Chindasvinto.
Andrés compara su vida antes y después de conocer a Lucía.
Al pasar por delante del Palacio de Cristal, la caída del chorro de agua del geiser del estanque, le va siguiendo, aun en contra del viento, y Andrés queda desconcertado.
Todas las tardes, en el ocaso, Lucía se marcha por el paseo de Cuba. Andrés no sabe si se dirige hacia la cuesta de Moyano, o hacia Menéndez Pelayo, por lo que decide esconderse en la rosaleda, y confirmar su dirección.
Al ver llegar a Lucía a la plaza del Ángel Caído, observa cómo Lucía, apoyando un pie en el borde de la fuente, da un gran salto y queda integrada en la estatua de Lucifer. Andrés lo ve aterrorizado y lo entiende todo.
Andrés no ha vuelto al Retiro, comentan que perdió la razón y que al preguntar sobre lo sucedido, y si estaba seguro que Lucía era LuciFer, uniendo sus malos recuerdos de amores pasados, con lo acaecido con Lucía, frustrado y con rencor, solo repetía:
Nota: han pasado ya muchos años desde que supe esta historia pero, recientemente, he visto a una bella mujer morena de ojos verdes, paseando por el paseo del estanque y juraría haber visto girar la cabeza a la estatua de Alfonso XII, siguiéndola con la mirada.
Fin
El monumento al Ángel Caído del parque del Retiro, con sus 666 metros de altura sobre el nivel del mar, y obra del escultor Ricardo Bellver y fue inaugurada el 29 de abril de 1880. Desde entonces vigila a los paseantes del Parque del Retiro.
Autor: Mariano García Martín©
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